Un día de agosto
Llevo meses sin escribir, librando una batalla interior entre salir/quedarme; leer/no pensar; caminar/dormir… y siempre gana la inmovilidad, a sabiendas de que, lo que me ayudaría a levantarme es todo lo contrario.
Mi energía pareciera estancada. ¿Dónde está la clave para resurgir?
Estoy leyendo a Pablo D’Ors, en su biografía del silencio… hay cosas que me hacen eco y creo que tal vez, la clave está por ahí… en vivir intensamente cada minuto del presente; querer rastrear el pasado para revivir sus más bellos momentos, es totalmente absurdo. Lo vivido es pasado e irrepetible. La llamada ‘felicidad’ es esencialmente la percepción que tenemos de las cosas en el presente. Si nos limitáramos a percibir, tal vez llegaríamos a lo que somos.
Decidí retomar la meditación… me di unos breves minutos y toqué el alma. Teóricamente, siempre lo supe y lo solté, pero una vez más confirmo que, cuanto más medito, mayor es mi capacidad de percepción de quién soy; hay algo que internamente retoma su color, su lugar… incluso los gritos que escucho en este momento del dueño de la verdulería de la esquina, quien se esfuerza sobremanera en hacer su trabajo y que hasta ahora me molestaba…
Llegó la noche, el cielo está profundamente azul y estrellado. ¿Con qué me quedo el día de hoy? En la serenidad que me da la quietud del silencio, en la posibilidad de cerrar los ojos y sentir el latido interior de aquello que pelea por ser oído y sentido sin que yo le abra el horizonte.
Escribir siempre fue liberador para mi… saca las emociones sin filtrarlas, saca los miedos, las inseguridades, todo aquello que no me atrevo a mirar de frente y a pronunciar en voz alta por temor a no poder controlarlas.
Me quedo con el silencio, con la noche estrellada y las perseidas que iluminan la oscuridad.
Otro día de agosto…
Sigo buscando la luz…
El calor intenso de estos días me conduce imaginariamente al desierto, a ese bello color anaranjado de la arena y al viento que sin piedad arrasa con todo lo que encuentra a su paso…
El desierto… el sol, la intensidad del lugar, nada en el horizonte; sólo estoy yo, buscando cómo protegerme de la austeridad del lugar… después de un buen rato de caminar por las dunas, me doy cuenta de que, mientras busco la protección, no camino en dirección hacia mí misma… necesito quedar a la intemperie para encontrarme.
La geografía del desierto cambia continuamente, las dunas se dejan llevar por la naturalidad del viento, no oponen resistencia… aceptan la movilidad, el cambio.
Esto, llevado a lo personal, se convierte en una paradoja… la naturaleza es sabia y acepta sus cambios y ciclos, las personas en cambio, luchamos para mantenernos en un lugar, en la estabilidad, lo seguro… por eso, cuando llegan los cambios inevitables de la vida, aquellos que no están en nuestras manos, entramos en una especie de túnel emocional que nos conduce al caos interior…
Nada en este mundo es estable y seguro, todo cambia, y también los seres humanos: cambian las emociones y sentimientos, cambia nuestro físico y con ello, nuestra fuerza física, cambia lo que pensamos acerca de la vida y de nosotr@s mism@s, de las relaciones, de la estabilidad… con el tiempo nos damos cuenta de que nada es estable, que todo es mutable en el ser humano.
No es fácil asumir estos cambios, porque entre otras cosas nos desestabilizan, nos hacen movernos y salir de la burbuja de pensamientos y emociones que hemos construido durante tanto tiempo.
En esta toma de conciencia es importante no juzgar ni juzgarnos, porque lo que vivimos en el pasado, pertenece a la persona que fui, y seguramente aquello era lo que podía sentir, pensar y decidir desde la sabiduría y los recursos de ese momento. No juzgar nuestro pasado con los ojos del presente, porque hoy, somos otra persona.
Ahí, por suerte, nos damos cuenta de que las definiciones cerradas de cualquier tipo, no tienen validez, que lo que importa es lo que hoy, aquí y ahora pensamos y sentimos, aunque nos sigan dejando a la intemperie. ¡Fluir dignamente sin miedo!
Continúa agosto…
La vida es frágil… nos golpea, sacude, nos revuelca en nuestras propias emociones, y de pronto aparece una pequeña luz que nos indica que, algo puede ser diferente.
Vuelvo al tema de la luz. Nada puede ser luminoso si antes no atravesó la oscuridad… cuando terminaré de atravesarla en este periodo tan difícil y complicado, donde la soledad tiene otro rostro, pero ahí sigue, terca e insistente.
¡Qué difícil es SER, sin anhelar algo diferente a lo que somos!